Nunca pregunté la razón de tu amor.

Temía la respuesta.

Me coloqué una venda en el alma y dejé que mi virginidad congénita me guiara hacia el paraíso idílico de Disney.

Terminé perdida entre un millar de fotogramas y canciones empastadas en el desaliento más feroz.

Yo, que me soñé la más dulce de las princesas, me he convertido en la prima hermana de lobo feroz. Y me siento bien.

Ahora ya es tarde para recuperar la corona, el zapato de cristal y el beso del sapo. Hace tiempo que dieron las doce en el reloj de mi útero.

Nunca pregunté la razón de tu amor.

Aunque tuve mis sospechas.

Con el mío bastaba.

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