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LA VACUNA, LA VIDA, LA ESPERANZA

De repente la vida nos dio un empujón. Apenas nos dejó el único aliento de la supervivencia. Nos creímos inmortales, seres supremos, pero nuestra propia fragilidad nos delató. Quedamos abandonados en el desierto de la incertidumbre. Se cerraron las puertas. Se bajaron las persianas. Y solo la Naturaleza pudo respirar con su propia luz enamorada.

Han sido muchas las voces que han quedado calladas, por siempre, desde aquel sorpresivo marzo. Muchos los corazones sin latido, soterrados en la soledad de una incógnita voraz y silenciosa. Demasiada luz perdida en el oxígeno permeable de un olvido nunca eterno. Demasiados adioses sin piel, sin abrazo, sin beso.

Sin embargo, la vida nos da una nueva oportunidad. Llega la vacuna y, con ella, la esperanza.

Me gusta vivir. Hoy he firmado la renovación de mi contrato vital.

RENDIRSE

Todos los días me rindo un poco.

Es como si la aventura vital se hubiera convertido en un extraordinario resort de vacaciones insulsas, sin palmeras ni revoluciones, sin mosquitos tigre ni caipiriñas caducadas. Sin amaneceres eróticos o levitaciones eucarísticas.

Apenas me dura el aliento de un segundo, calzarme el desorden de las zapatillas o recolocarme la menta entre los molares y los caninos.

Sin embargo, todos los días me rindo un poco más.

Lo hago en silencio y de puntillas para no despertar al virus de la melancolía, para no afianzarme en la podredumbre de mi fracaso. Y me miro al espejo con la exacta benevolencia de los que, a pesar de todo, siguen ondeando la bandera de una victoria nueva.

Me peino el cabello y el alma, y salgo a la calle como si no pasara nada, tan solo el viento.

LA ESPERANZA

Si perdemos la esperanza sólo nos queda morir.

Morir así, como lo hacen las violetas: de puro hastío primaveral, letal sobredosis de alegría sin motivo.

Pero morir voluntariamente a estas alturas de incertidumbre no quedaría bien.

Sigo aferrándome a ella, a su delicada epidermis de mujer herida, escamada y taciturna, tejida sobre el telar de lágrimas de todas las luces que me precedieron.

Si perdemos la esperanza sólo nos queda dormir.

Dormir sobre la urdimbre desolada de los sueños muertos.

REGRESO AL INICIO

Apenas hace unos segundos pero ha pasado un año.

El tiempo ha dejado de ser relativo para convertirse en un bucle de persistentes aristas.

El miedo nos ha dejado temblando al borde del silencio y ahora sólo nos queda la ingenuidad de llorar hacia adentro, esperando que el calendario no nos robe el último hálito de esperanza.

Parece que han sido unos segundos, la nimiedad flotando en la anodina esfera de un cronógrafo, sin embargo ha pasado un año. (Una macabra danza de féretros lo avala).

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