Cuando un cómico muere, nos quedamos huérfanos en la risa.
La comisura de los labios se adormece.
El corazón se nos queda «desesponjado» y disléxico.
Somos un féretro andante de nuestra propia soledad.
Nadie como él supo enseñarme los cuentos.
Ahí empecé a ser joven.
Espéranos Pedro Reyes.