SUPERVIVENCIA EMOCIONAL

Bienvenidos al hogar de mi alma

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Cuando el grito aprieta, llamemos a los poetas: Ángel González


Como un río de vendavales azules, el grito emerge desde la soledad del silencio para instalarse en las bocas hambrientas de vida. Sólo un rumor de vocablos baldíos que encadenan deseos sobre la lava del tiempo, ya petrificada en las memorias imberbes. Es el aullido de la impotencia y el frío, la puerta cerrada que oculta candados en la fiereza del deseo, la desvestida ventana por la que circulan gentes con el rostro ensimismado en la escrupulosa desidia. Todos gritan, pero hacia dentro, sobre el pozo crepuscular de sus ojos vacíos, sobre el latido fugaz de sus vísceras desenamoradas.
Es entonces, el momento de llamar al poeta para que traiga el grito hecho verso, hecho luz en la noche del calendario.

Elegido por aclamación
Sí, fue un malentendido.
Gritaron: ¡a las urnas!
y él entendió: ¡a las armas! -dijo luego.
Era pundonoroso y mató mucho.
Con pistolas, con rifles, con decretos.
Cuando envainó la espada dijo, dice:
La democracia es lo perfecto.
El público aplaudió. Sólo callaron,
impasibles, los muertos.
El deseo popular será cumplido.
A partir de esta hora soy -silencio-
el Jefe, si queréis. Los disconformes
que levanten el dedo.
Inmóvil mayoría de cadáveres
le dio el mando total del cementerio.

Ángel González de «Grado elemental» (1962)

Cuando el silencio aprieta, llamemos a los poetas: Rafael Alberti

De repente la vida se queda muda. Las calles se aletargan en un silencio permisivo y a un eco de llantos ahogándose detrás de las persianas. Se enmudecen las fuentes y sobre el horizonte de la desidia, el viento de la costumbre y el conformismo instala sus zarpas sobre los violines callados.
Una esfera de impotentes aristas se desangra sobre la memoria.
Ya no canta nadie, ni siquiera se escucha el eco de una nana para dormir a los huérfanos del beso.
Es el momento de levantar la voz.
Es el momento de llamar a los poetas.

Canción 12
Sé que el hambre quita el sueño.
Pero yo tengo que seguir cantando.
Que la cárcel nubla el sueño.
Pero yo tengo que seguir cantando.
Que la muerte mata el sueño.
Pero yo tengo,
yo tengo que seguir cantando.

Rafael Alberti de «Baladas y canciones del Paraná» (1953-1954)

Con el calendario en la nuca

Perdona, Maripepe, pero no he podido cogerte el teléfono antes, se me ha quedado enterrado entre un montón de papeles azules y versos descuartizados por la gramática y el llanto repentino. Tareas de esas que dejas para la eternidad del olvido y que no quieres que se pierdan entre los envoltorios de las magdalenas y los calcetines a punto de zurcirse por la desidia de no verlos. Es que el calendario se me amontona. Es año bisiesto y, encima, el año del dragón y eso siempre impone, aunque no sepamos lo que significa. Vuelta a los escenarios, a coronarme de reina, este fin de semana a Salamanca, el otro a Almería. Una exposición con poemas que se cuelan entre el arte. Más versos que se hacen voz en la garganta de mi hermana y proyectos que van y vienen como el que se sube a un tren sin destino y sin maleta. Y ahora, entre tanta vorágine, es cuando una se pregunta: ¿por qué no me habré dedicado a hacer punto de cruz y a ver la telenovela como todas las mujeres decentes?, ¿por qué no habré sido santa como las monjas me enseñaron en mis años de catequesis?, ¿por qué Dios y Franco, y viceversa, me hicieron rebelde y me empujaron a conocer el néctar concupiscente de la poesía?… Maripepe…Maripepe… ¿tú me escuchas?… ¡¡Hala, otra que se ha ido a freír albóndigas en la soledad de los calendarios iguales!!

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