SUPERVIVENCIA EMOCIONAL

Bienvenidos al hogar de mi alma

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Doce mil

Éramos doce mil. Después de mucha lluvia la mañana amaneció radiante, como recién nacida al vientre de la esperanza. Una leve brisa de pasiones ocultas ondeaba las banderas que teñían de fuego el pálido paseo otoñal.
Éramos doce mil pero podríamos haber sido muchos más.
Un legión sin nombre, sin sello político y con la voz suficiente como para escalar montañas de desordenada apatía. Aquí estamos, los que todavía creemos en la verdad basada en la honradez, los que no queremos ser silenciados por la tiranía corrupta de un poder enmascarado en promesas incumplidas.
Éramos doce mil pero somos millones.
Ojos y bocas destinados al dolor de la injusticia, manos yermas que sólo encuentran vacíos inconclusos al final de la jornada, pies saturados de caminar en círculo hacia las fuentes secas del olvido.
La avenida abrió sus puertas y el viento del otoño entró despeinando las madejas del recuerdo. Eran mis abuelos, mis padres, los abuelos de mis abuelos y aquellas madres vacías que se quedaban llorando en las cunetas sin nombre donde los hijos se pierden, para siempre, bajo las losas de la intolerancia.
Éramos doce mil pero toda nuestra historia, en un cántico preciso de libertad, nos acompaña en silenciosa algarabía.

La duquesa des-calzada

Llegado el otoño, y más allá de las ventanas lluviosas, los parques mojados y los columpios vacíos de risas infantiles, Elda instala su alfombra roja para mostrar los pies más esperados de este año. Pies altivos, elegantes, que caminan con paso firme, que dejan una huella imperecedera de creatividad lozana e inteligencia sublime.
Pies femeninos que asoman, ufanos, sobre tacones vertiginosos, buscando el equilibrio eterno entre la altivez celeste y el abrigo del suelo.
Pero más allá de la elegancia suprema, la calidez del dúctil cuero o la armonía de la estatura, está el colorín, la esencia irrespetuosa y profana de nuestra educación chabacana y ridícula, la irrelevante necesidad de coronar dioses en un mundo de hambrunas eternas donde el que más se pasea por la prensa rosa es el más popular.
A la duquesa le sobran los zapatos, le han sobrado siempre, ya solo desea suelas para seguir pisando un mundo elegido solo para ella, para la conveniencia fugaz de los de arriba, para los apellidos engolados y decimonónicos, que siguen llenando el espacio vital de la sed, con fotografías difusas entre cardados extravagantes y arritmias perfectas en los brazos del último amante.
Seguimos siendo la España de charanga y pandereta que no termina de salir de su enclaustramiento. Los tiempos no han cambiado tanto y, casi después de un siglo, las palabras del poeta Antonio Machado, siguen estando más vigentes que nunca:
“Nuestro español bosteza.
¿Es hambre? ¿sueño? ¿hastío?
-Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?
-El vacío es más bien en la cabeza.”

Elegía otoñal para un perro en blanco y negro


Se ha ido al revés de como vino.
En silencio.
Como durmiéndose en el alambique del sueño.
Como recién nacido a la templanza del sosiego.
Se ha ido pero se quedan los incisivos profundos
en las huellas soterradas de la memoria
y ese ladrido que retumba
en las cavidades inmensas de la sed más profana.
Espéranos, Chamán,
ya mismo estamos llegando.

Para no desfallecer

Me dedico al teatro y a la poesía para no desfallecer.
Para no morir mañana.
Para no haber muerto ya.
Para eternizarme en la colérica rima que se desata enamorada.
Para desvanecerme en la lágrima prendida de un cementerio sin nombre
en el iris trepidante de mi compañero actor.
Me dedico a este mundo de la nada donde la eternidad se subleva
sumergiéndose en pedazos de desgarros infinitos,
en espejos que se rompen, como alas de libélulas,
que siguen resurgiendo desde las mismas llamas del olvido.
Me dedico a ser efímera y cercana como yo misma,
a ser voluble y primitiva como la roca que habito,
a ser el suspiro que llama a las cosas por su nombre,
por el nombre arcano de los dioses que inventan
un sendero apacible en el que desandar los pasos del llanto infinito.
Para no desfallecer,
para eternizarme en mí misma,
para seguir amándome… todavía.

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