SUPERVIVENCIA EMOCIONAL

Bienvenidos al hogar de mi alma

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El viento, la vida, la eternidad

No podemos negar que el gran protagonista de esta invierno es el viento. Ese que ha hecho volar tejados, melenas y memorias, que nos ha despeinado la conciencia y ha enredado farolas y palmeras en un baile singular de paisajes encontrados.
Es ese viento que viene, de vez en cuando, a arremolinarnos la esperanza y a traer latidos nuevos donde se había instalado el puro conformismo del complaciente diario. El viento arrebatador y profano, el que golpea ventanas para despertarnos del íntimo sueño de las verdades a medias, el que nos azota inclemente, más allá del terco hermetismo de una historia que yace en las páginas mugrientas de los infelices periódicos.
Más allá de los Apocalipsis inventados, de los Armagedones televisivos o de los Holocaustos persistentes, la propia esencia vital de la naturaleza viene a darnos un toque de atención, una palmadita en la conciencia, una palabra hecha aire para recordarnos la única obligación de todo ser humano: ser feliz.
Así que dejemos que venga, que nos envuelva como a niños recién nacidos y dispongámonos a vivir hoy lo que nunca antes habíamos aprendido, que cada día es nuevo, y cada segundo el principio y fin de una eternidad.

El tiempo infame

 

El tiempo, deshilachando silencios,
húmedas latitudes de contrariados olvidos,
soledad que se desvanece al contacto del azul.
El tiempo, cabalgando calendarios,
siglos detenidos,
uniformes roídos por la ausencia del latido.
Y la muerte ahí, espiando la culpa,
desgranando la ausencia
donde por fin te detienes
con las alas desplegadas sobre el llanto.

Hoy Día Mundial contra el Sida

Hay un lazo rojo que ondea en la fachada frágil de nuestra memoria, símbolo de una enfermedad enconada que no acaba de encontrar su adiós definitivo. ¿Cuántas víctimas más caerán en sus garras inclementes?
¿Cuántos niños nacerán más bajo el sello de su desolado destino?
Si la sangre es símbolo de vida, si es el maná que alimenta el motor de nuestro aliento, si es el vínculo secreto que nos enraíza a la luz, entonces ¿por qué despreciar al que posa sus ojos en colinas diferentes?
Parece que el ser humano avanza pero en algunos aspectos nos hemos quedado varados en la playa de la indiferencia.
¿Por qué se siguen fabricando armas de última generación para aniquilar a los hermanos?
¿Por qué se emplean enormes capitales en subvencionar grandes proyectos solo para el disfrute de unos pocos?
¿Por qué se rescatan a bancos gestionados por delincuentes de guante blanco y no se da ni un céntimo para la investigación de enfermedades que nos afectan a todos?
¿Por qué siguen existiendo seres humanos de primera, segunda y tercera clase?
Hay un lazo rojo que sigue ondeando en la fachada frágil de nuestra memoria, en él quedan prendidos los ojos y las manos de todos los que padecieron Sida, de todos los que lo sufren cada día, de todos los que, ante tanta indiferencia, ante tanta imposición moral, seguirán sufriendo una enfermedad que arrasa corazones y conciencias a partes iguales.
Mirémonos hacia adentro, todas las sangres son iguales y el amor es libre como el viento. Lo demás son excusas, oscuras falacias con las que los poderosos pretenden mancillar la luminosa claridad de la esperanza. Ama y déjate amar y la vida, entonces, empezará a salir de su profundo pozo de tristeza.

Día Mundial de la Infancia


Todos los días se debe recordar algo. El sída, el cáncer, los maltratos, el alzheimer, la pobreza, la salud dental, el turismo o la alimentación. Todos los días, sin olvidar uno del calendario, y siguiendo esta tónica el martes se celebró el día del niño.
Y yo me pregunto ¿es que los niños solo tienen un día?… ¿qué hacemos con ellos el resto del año?… Ya sé: los mandamos a la guerra como parapetos infaustos de las balas perdidas que lanzamos los adultos sobre el odio del mundo. O les cerramos las escuelas, tú por ser niña no tienes derecho. O les robamos el agua para que acaben siendo solo un saquito de huesos en medio de las especulaciones y los buitres capitalistas. También podemos encerrarlos en talleres como cárceles para que nos cosan esas botas de moda a los que solo tienen acceso los famosos de turno. Las niñas semidesnudas en los burdeles, los pequeños mendigando bajo el yugo de la correa y una sociedad que siempre mira para otro lado cuando la tormenta de la conciencia nos acucia el pensamiento.
¿Qué hacemos con los niños el resto del año?… ¿Qué hacemos con el futuro?… ¿Qué hacemos con la vida?…
Sólo a través de la mirada transparente de la infancia, de la feliz algarabía de su sonrisa, podremos encontrar la llave eterna del amor universal. El resto siguen siendo pasos inútiles hacia el fondo de una humanidad ahogada en su propia podredumbre.

La palabra ya no existe


Definitivamente no hay palabras.
Parece que están, que se intuyen y adivinan.
Pero son solo un holograma saltando de la mesa al sofá que se agazapa entre los cojines o asoma sus orejitas de tildes enredadas en los fideos y en la crema de calabacín con tintes de agónica ternura.
No están.
Son un espejismo de los días azules de la memoria.
La clarividencia fugaz de las noches en vela.
El letargo definitivo de la herida que supura un volcán de silencios inmensos como legados íntimos de una apatía decadente.
La palabra ya no existe y esta casa, sin la voz, es un féretro que anuncia muertes precipitadas.

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