Hace ya algunos días que ha empezado el año y mis buenos propósitos, casi, se van caducando.
Quería enseñar a peinarme, pero me cuestan demasiados recuerdos, demasiado peines rotos. Demasiados pelos en el lavabo, tintes que ya, cada vez, resultan ser más frágiles para ocultar esas feroces canas.
También me propuse dudar menos y callar más. Ni lo uno ni lo otro me sirve. Hago sopa de interrogantes todos los días y cuando creo que ya se ha consumido el caldo, llegan dos tazas, una olla y otra pregunta que se queda temblando al borde del plato, como un tímido jilguero huérfano de nido. Lo de callar, mejor ni nombrarlo. Sin voz me siento huérfana, como si hubiera muerto ya en el borde frutal de otro calendario.
Me propuse ser más paciente. Pero tengo tanta prisa por serlo que también he fallado.
Fallo en todo cuanto me propongo, soy tan vulnerable como el aliento fugaz de un moribundo.
También para morirme fallo.
Sigo viva.