Esta semana la muerte me lo ha trastocado todo.
Me he dejado la plancha a medias, el cocido en el fuego y a ver como le digo a mi hija que no llegaré a tiempo a la salida del colegio.
Cuando me he enterado he salido tan corriendo que sólo la tristeza me cabía en el bolsillo. Y así voy, sin llaves y sin pañuelo, buscado alguien que me preste un euro para coger el autobús de vuelta.
Pero aquí nadie sabe nada.
No tienen wasap ni monedero.
Ya no les queda, ni siquiera, la esperanza.