Los muertos solo quieren paz, por eso levitan por los huertos húmedos de la memoria, como escolopendras de verano, ajenas al calor y al llanto, a la inmediata luz de los cuerpos ascendentes.
Los muertos quieren ser dignos y efímeros, con la justa eternidad de un suspiro baldío, de una delicada beatitud que revierte en los pozos animados de la memoria más digna.
Son los muertos del precipicio eterno, los del olvido perpetuo e insidioso, los desapegados del mundo y sus ancestros. Los que solo quieren ausentarse del pozo y las cenizas, de las fotografías enclaustradas en portarretratos dorados sobre el humo perenne del blanco y negro.
Los muertos solo quieren olvidarse del carnal sufrimiento y, a menudo, los vivos también.
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