Bienvenidos al hogar de mi alma

Categoría: Cotidiana eternidad (Página 3 de 41)

AMO AMAR

Amo amar.

Hoy ha amanecido sábado. 
La ciudad desprendía un olor a rutina, a sencillez de mercadillo, 
baldosas amarillas buscando ofertas, 
melocotones en almíbar o 
la frescura lírica de cerezas que se exceden de pura redondez, 
tal livianamente persuasivas. 

Hoy ha amanecido un sábado amor. 

Teníamos una cita.

Una cita de esas que liberan todos los pecados,
rememoran todos los recuerdos, 
revitalizan la neurona de la felicidad. 
Citas que se balancean entre los silencios presentidos 
y las palabras abocadas a la luz del olvido. 

Amar es divertido 
y es la única medicina para curar la mortalidad.
 

RENDIRSE

Todos los días me rindo un poco.

Es como si la aventura vital se hubiera convertido en un extraordinario resort de vacaciones insulsas, sin palmeras ni revoluciones, sin mosquitos tigre ni caipiriñas caducadas. Sin amaneceres eróticos o levitaciones eucarísticas.

Apenas me dura el aliento de un segundo, calzarme el desorden de las zapatillas o recolocarme la menta entre los molares y los caninos.

Sin embargo, todos los días me rindo un poco más.

Lo hago en silencio y de puntillas para no despertar al virus de la melancolía, para no afianzarme en la podredumbre de mi fracaso. Y me miro al espejo con la exacta benevolencia de los que, a pesar de todo, siguen ondeando la bandera de una victoria nueva.

Me peino el cabello y el alma, y salgo a la calle como si no pasara nada, tan solo el viento.

LA ESPERANZA

Si perdemos la esperanza sólo nos queda morir.

Morir así, como lo hacen las violetas: de puro hastío primaveral, letal sobredosis de alegría sin motivo.

Pero morir voluntariamente a estas alturas de incertidumbre no quedaría bien.

Sigo aferrándome a ella, a su delicada epidermis de mujer herida, escamada y taciturna, tejida sobre el telar de lágrimas de todas las luces que me precedieron.

Si perdemos la esperanza sólo nos queda dormir.

Dormir sobre la urdimbre desolada de los sueños muertos.

REGRESO AL INICIO

Apenas hace unos segundos pero ha pasado un año.

El tiempo ha dejado de ser relativo para convertirse en un bucle de persistentes aristas.

El miedo nos ha dejado temblando al borde del silencio y ahora sólo nos queda la ingenuidad de llorar hacia adentro, esperando que el calendario no nos robe el último hálito de esperanza.

Parece que han sido unos segundos, la nimiedad flotando en la anodina esfera de un cronógrafo, sin embargo ha pasado un año. (Una macabra danza de féretros lo avala).

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