Bienvenidos al hogar de mi alma

Etiqueta: sacra-leal (Página 2 de 10)

Entre la luz y la sombra


La gente prefiere ser correcta a ser auténtica.
Felizmente triste a tristemente feliz.
Angélica y pura a puta y lasciva.
Ser hada en vez de bruja.
Ser príncipe en vez de bufón.
Ser margarita en vez de piedra persistente, doliente… eterna.
La gente prefiere imaginarse ser
aunque conozcan su propio destino.
Yo elegí ser… pese a todo.
Y así me va.

Sigo viva

Aún estoy aquí.
Respiro.
Añado una semilla más a mi existencia.
La luz, a pesar de todo,
sigue encendiendo antorchas en el alféizar de mi ventana.
Sigo viva.
Y amo.
El resto,
seguirán siendo sílabas que se encadenan en las fugaces biografías de los sueños.

La culpa es de la cuerda de tender


No le des más vueltas, la culpa ha sido de la cuerda de tender.
Se había vencido con el tiempo, ya estaba arqueada y sin color, apenas un mínimo hilo de costumbre la mantenía unida a la polea metálica que, chirriante y confusa, lloraba sin fuerzas por un leve aliento de viento más.
Y eso que lo intentamos con todo: los limpios algodones de bebé, el sutil encaje de las noches ardientes, las toallas con olor a lavanda de los días iguales o las sábanas dispuestas a pecados y sueños.
También compramos pinzas de colores: rojas de fresas y mermelada, azules de océanos inalcanzables o esas verdes que tintan esperanza más allá del patio vecinal.
Pero no ha podido ser, la erosión del silencio ha sido más fuerte que el cáñamo y la voluntad de supervivencia textil, la naturaleza ha impuesto su ritmo de verdades veladas y no nos acordamos de buscar una escalera para cambiarlas antes de estas tempestades.
No le des más vueltas,
la culpa ha sido de la cuerda de tender pero yo,
mañana,
me compro una secadora.

La palabra ya no existe


Definitivamente no hay palabras.
Parece que están, que se intuyen y adivinan.
Pero son solo un holograma saltando de la mesa al sofá que se agazapa entre los cojines o asoma sus orejitas de tildes enredadas en los fideos y en la crema de calabacín con tintes de agónica ternura.
No están.
Son un espejismo de los días azules de la memoria.
La clarividencia fugaz de las noches en vela.
El letargo definitivo de la herida que supura un volcán de silencios inmensos como legados íntimos de una apatía decadente.
La palabra ya no existe y esta casa, sin la voz, es un féretro que anuncia muertes precipitadas.

« Entradas anteriores Entradas siguientes »