A Luis Martínez López

Apenas cabía su corazón en una copa cuando lo encontré, aleteando, sobre toda la primavera del valle dormido.

Yo quería regalarle una gardenia para los sueños imberbes de sus despedidas, unos bolsillos de felpa donde guardarse los ojos entre botones de espuma e imperdibles de lluvia, también el azul que inverna en las noches antiguas donde siempre se cantan las coplas efímeras de la añoranza.

Yo quería ser el hada que sueña posibles abrazos en la frontera frágil de su esperanza, pero en el reparto del mundo me tocó ser yo misma por los cuatro costados, y sobre el indefinible surco del océano dibujé su sonrisa engarzando atolones en el tiempo detenido de la memoria. Hoy el día acaba de sembrar de almendros el horizonte lírico de los besos y las palabras ya se quedan como frutales guijarros sobre el tenue aliento de la vida compartida.