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Día Internacional de la Mujer

Hoy voy a salir a la calle envuelta en una bandera morada.
Hoy es el Día Internacional de la Mujer.
Por todas aquellas silenciadas, por todas las perseguidas, por todas las anuladas, por las que todavía nos queda mucho camino por recorrer, por las que acaban de empezar su sendero, por las que son y vendrán, por las que fueron… voy a salir a la calle envuelta en una bandera morada.
Y es que el camino de la igualdad es largo y nunca sencillo. Desgraciadamente todavía existen en el mundo personas interesadas en seguir poniendo obstáculos a nuestra andadura, impidiendo que la balanza se equilibre, que las manos se acerquen, que el corazón sintonice su latido al mismo compás. Todavía queda mucho trabajo pero las fuerzas no fallan, ni la esperanza tampoco.
Día a día, aportando nuestro pequeño grano de arena, vamos construyendo un mundo en el que todos y todas podamos vivir y convivir con igualdad de oportunidades, donde todos y todas podamos abrir las ventanas de la vida con la misma libertad y amorosa entrega, donde todos y todas podamos elegir a quien entregar el íntimo don de nuestro sentimiento más puro.
Hoy voy a salir a la calle envuelta en una bandera morada.
Hoy es el Día Internacional de la Mujer.
Un nuevo día para la esperanza.

Descreyendo en las celebraciones

Creo que voy a acabar por repudiar todas las celebraciones. Ayer me llegaron más de un millón de mensajes felicitándome en el Día de la Mujer. La mayoría de ellos con bendiciones tan antiguas como que somos perfectas, tenemos un alma grande, amamos por encima del bien y del mal, nos entregamos sin condiciones y mil chorradas más que estarán muy bien para aquellas que empiezan a sentirse con la «libido femenina» en plena explosión, pero una que ya soporta sus «nosecuantos», estas declaraciones le sientan como una patada en la misma dignidad de la memoria.
Escúchame, Marifloja, y pon toda la atención. En mi casa, como en la tuya y en la del resto, todos los días son el día de la mujer. Todos los días se guisa, se lava y se remiendan penas y calcetines a partes iguales. Mi alma es la misma, en tamaño y forma, que la del resto del año, a veces, eso sí, un tanto alicaída por aquello de compensar los biorritmos, no se vayan a creer que somos de mármol. Yo no soy mejor ni peor que un hombre, ni siquiera mejor ni peor que un perro, ni tampoco mejor ni peor que aquella flor de almendro que ya se cuela por mi paisaje de incipiente primavera. Así que menos palabras y más hechos. Menos felicitarme y más ayudarme. Menos darme golpecitos en la espalda para que me calle como una niña chica y más abrazos de esos que rompen la respiración de pura sinceridad. Que todos sabemos darle al «reenviar» del ordenador y una ya no está para creer en cuentos de hadas.