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Descubrimientos de 2011 (VII): Amarte todavía

Deshacerse del moho enquistado que acumulan las tétricas paredes de ladrillos asimétricos, ventanas medio abiertas y balcones que asoman a un paisaje de árboles de plástico.
Acostumbrarse a que se peguen las lentejas, a que batallen los garbanzos o enseñen su lascivia imperecedera esos fideos que inventan eternas coreografías más allá del “avecrem” o de la sopa rápida desnatada y sin tiempo.
Amarte con la prisa justa de un segundo eterno o del siglo que acumula verdades a medias entre juicios y fuego. Dejar que la vanidad del instante lo borre todo para renacerlo después entre bautismos inútiles y comuniones sin velo.
Es la eterna incógnita, la fórmula inexacta que explosiona entre el oxígeno y el beso, la variable que llena de luz el átomo que retoma el barro bajo el mismo llanto de la órbita y el sueño.
Es amar todavía, pese a todo, pese al tiempo y la memoria. Más allá de nosotros mismos, de los labios y los brazos. Mucho más lejos de toda lógica, como si un dios sin miedo nos hubiera unido en el horizonte de una ensoñación retórica sólo apta para el olvido del fuego, de la nada brutal y cotidiana que desliza sus tentáculos de perecedera eternidad en el trasfondo del calendario.

Descubrimientos de 2011 (V): Isabel II de Borbón

Llegó a mi vida como un huracán, una de esas inclemencias cotidianas que el destino te coloca al borde de un caramelo o en el mismo filo de una navaja. Siempre me han gustado los retos difíciles por eso, mirándola a los ojos, le dije que sí, que aceptaba el duelo. Después el tiempo diría quien había ganado.

Ganó ella, a pesar de mi incultura histórica, mi «descreencia monárquica» y mi poca fe en los papeles protagonistas. Y ganó porque fue una mujer enamoradamente-descorazonada, alegremente-triste, impúdicamente-secuestrada, virginalmente-lasciva.

Me robó el corazón y la palabra y me hizo brillar sobre el mar de las inclemencias donde se ahogan los personajes hechos a fuego sobre la sorpresa de la vida.

Quizás en otro siglo, sobre distintos escenarios, el azar nos encuentre abrazadas llorando el mismo llanto de amarga despedida.

Descubrimientos de 2011 (IV): La Tranquilidad

 Voy a quedarme sin disfrutar de muchos paisajes, sin conocer a tantos niños que, seguro, sembrarían de inocencia mi desconchada alfombra solidaria, sin leer verdaderas palabras que hablan de amor más allá de la letra impresa y sin poder interpretar aquel aguerrido personaje que llena el escenario más allá del mutis y el aplauso.

Pero si miro hacia atrás, si sólo doy un vuelco de ojos a mi alrededor, no puedo más que sentir que el mundo ha sido benévolo y fructífero conmigo. Así pues, he desempolvado mi silla de pensar, de pensar con alegría, para bendecir cada segundo que he andado por los caminos de este mundo. Con mis aciertos y mis errores, mis inquietudes y pozos vacíos, mi eternidad tan fugaz como un suspiro que se enreda en la eterna pregunta.

Porque he descubierto, aunque no lo parezca, que la tranquilidad vive en mí y yo en ella.

Descubrimientos de 2011 (II) : La Indignación

Reconozco que pocas veces he sido de sentimientos negativos, siempre he intentado buscar la parte positiva de las, incluso, caras ocultas del ser humano. Me ha costado muchísimo trabajo llegar a entender que pueda existir gente que se lucra y enriquece con la pobreza y miseria de los demás. ¡Tonta de mí… yo creía que aquello había pasado a mejor vida y que estaba enterrado junto a la negra historia de la España más inquisitiva!

Yo era de las que creía en la clase política. Cada día de elecciones era una puerta que se abría hacia mi voz y mis manos. Y siempre acepté las decisiones de la mayoría (aunque ni de lejos me rozaron). Este año ha sido como crecer de golpe desde la mediocridad social que me habitaba.

Lo siento, políticos de España, ya no creo en vosotros, ni en vuestras promesas, ni en vuestros mensajes de buena voluntad. Ya no quiero pagaros vuestros trajes de diseño, ni vuestras cenas en magníficos restaurantes con menús de cinco estrellas, tampoco regalaros zapatos, ni parcelas de terreno donde agonizan los pinos, la carrasca y la ardilla. Y no quiero ya ser generosa con vosotros porque mis amigos tienen hambre por vuestra culpa; porque no encuentran trabajo por vuestra mala gestión; porque no hallan esperanza de vida, por vuestros despilfarros; porque el único techo, al que tienen derecho es al de esperar que sus hijos sean tratados con un mínimo de dignidad, esa dignidad que no llega nunca.

Mientras me quede un hálito de esperanza, seguiré luchando.

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