Bienvenidos al hogar de mi alma

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Tantas celebraciones…


Como un escapulario de inusitadas alegrías seguimos celebrando que, al menos, seguimos vivos y que, por lo tanto, la curiosidad nos abre camino, la esperanza, el riesgo y la luz, la sutil templanza de una humanidad que camina hacia ninguna parte y hasta el mismo centro del incuestionable universo.
Estamos vivos, en movimiento y sabemos que, más allá de este desierto, hay un oasis donde abrevar con la sed justa de los héroes mínimos que alcanzan la fragancia descalza de la rosa que amanece.
Porque ya es primavera, porque acabamos de desembarcar del sueño, porque nos vamos despojando de las lanas y el miedo, porque, a pesar de todo los almendros ya estallan con una voracidad de siglos cavernarios.
Y también hemos celebrado el día mundial de la poesía, y las fachadas se visten de verso y se adornan, insinuantes, con rimas enamoradas de lascivas ternuras.
Y también hemos celebrado el día de todos los padres, de los que aman, de los que no descuidan su amorosa tarea, de los que luchan y esperan, de aquellos que saben ser algo más que semilla, algo más que fruto baldío en los anales de un tiempo roto.
Y ha sido tiempo para celebrar el día internacional de la felicidad, y el de nuestros compañeros de camino con síndrome de Down, y el de la vida, y el del calendario nunca detenido… y el del amor. Porque al final de todo solo nos queda este instante preciso en el que, pese a todo, seguimos apostando por el futuro de los ojos que abren horizontes nuevos.

Descreyendo en las celebraciones

Creo que voy a acabar por repudiar todas las celebraciones. Ayer me llegaron más de un millón de mensajes felicitándome en el Día de la Mujer. La mayoría de ellos con bendiciones tan antiguas como que somos perfectas, tenemos un alma grande, amamos por encima del bien y del mal, nos entregamos sin condiciones y mil chorradas más que estarán muy bien para aquellas que empiezan a sentirse con la «libido femenina» en plena explosión, pero una que ya soporta sus «nosecuantos», estas declaraciones le sientan como una patada en la misma dignidad de la memoria.
Escúchame, Marifloja, y pon toda la atención. En mi casa, como en la tuya y en la del resto, todos los días son el día de la mujer. Todos los días se guisa, se lava y se remiendan penas y calcetines a partes iguales. Mi alma es la misma, en tamaño y forma, que la del resto del año, a veces, eso sí, un tanto alicaída por aquello de compensar los biorritmos, no se vayan a creer que somos de mármol. Yo no soy mejor ni peor que un hombre, ni siquiera mejor ni peor que un perro, ni tampoco mejor ni peor que aquella flor de almendro que ya se cuela por mi paisaje de incipiente primavera. Así que menos palabras y más hechos. Menos felicitarme y más ayudarme. Menos darme golpecitos en la espalda para que me calle como una niña chica y más abrazos de esos que rompen la respiración de pura sinceridad. Que todos sabemos darle al «reenviar» del ordenador y una ya no está para creer en cuentos de hadas.

Sin celebración

 

ODA A LAS AMÉRICAS  (fragmento)

 Américas purísimas,

tierras que los océanos

guardaron

intactas y purpúreas,

siglos de colmenares silenciosos,

pirámides, vasijas,

ríos de ensangrentadas mariposas,

volcanes amarillos

y razas de silencio,

formadoras de cántaros, labradoras de piedra.

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