Tengo tantas batallas abiertas en mi vida que ya no sé por dónde empezar.

Tan pronto estoy en Stalingrado, en Waterloo, en el Ebro o en Constantinopla,
como de repente aparezco en las Termopilas, en Berlín, en Trafalgar o Lepanto.

Me aparecen Napoleones, espartanos, reyes imperialistas,
césares o dictadores bajitos y con bigote,
seres del inframundo, de la historia desbocada y persistente.

Acabo de desenfundar la espada, el fusil, la ametralladora y hasta la bomba H.

Soy más peligrosa que el pedo de un político retenido en el intestino bajo de la constitución.

He tocado fondo, de nuevo.
Sigo envejeciendo, afortunadamente.
Seguimos cabalgando, querido Sancho.

Los perros ladran.