Me encanta la sabiduría popular.
Los refranes, las frases hechas, las explosiones de gramática descreída, las patadas al diccionario con la beatitud de los inocentes, y los sortilegios desbocados en las plazas de los pueblos, en los que siguen ardiendo brujas-diosas en honor a la Madre Naturaleza, siempre tan impúdica, tan desnuda.

Me encanta re-inventarme en las voces arcanas de mis muertos.
Los que murieron de enfermedad,
los que murieron sin quererlo,
los que pensaban demasiado
o los que, sin pensarlo, se encontraron con una bala entre las cejas.

Me encanta vivir en estos tiempos tempestuosamente activos.
Por fin la magnánima comedia ha llegado al parlamento.
No hay dos sin tres.

Sigamos.