¡¡A mí que me importa el jaloguin y sus historias extranjeras!!
Bajé a por el pan. Y, con las prisas, no me peiné.
Tampoco me pasé la raya por el ojo, ni el carmín por los labios.
Hoy teníamos macarrones para comer, y la salsa de tomate y yo nos llevamos fatal.
¡¡Esas manchas impertinentes que se quedan en mi delantal favorito, en el que pone: «Recuerdo de Benidorm»!!
Bajando las escaleras me di cuenta que hacía tres meses que no me había depilado las cejas ni el bigote
y… ¡pardiez! las zapatillas con el peluche de perro, parecían dos lobos al borde de la extremaunción.
Los calcetines de lana, deprimidos en los tobillos, ayudaban a dar un ambiente más peculiar.
Sabía que no era Angelina Jolie. Ni siquiera yo misma.
Pero me arriesgué.
No podía abrir la puerta de la calle.
(Le dije a la presidenta, hace meses, que había que arreglar la cerradura.)
Menos mal que encuentro el cuchillo jamonero en el bolsillo.
(Siempre lo llevo por si me atacan los de la OMS con sus decretos pluscuamperfectos)
Después de unos minutos, que parecen siglos, logro salir a la calle.
Cuchillo en mano.
Tomate en el delantal (del siempre bucólico Benidorm).
Pelos al viento (en cabeza, cejas y bigote).
Lobos coléricos en los pies arropados por calcetines famélicos.
Y un temperamento muy propio en mí después de luchar contra las inclemencias del día a día.
Una niña se queda espantada al verme cruzar el portal de mi casa.
«Mamá, mamá…ya ha empezado Jaloguin»
Y yo pienso, «¡Qué barato nos sale el disfraz a las amas de casa!»