Pues sí, Mariagnusdei, vivimos tiempos raros, y no lo digo porque haya terminado la Semana Santa con sus procesiones, sus cirios enmohecidos, sus santos inmaculados y, sobre todo, su sanguinario calvario de cilicios en la conciencia y vómitos repentinos en el mismo primer instante del pecado original. Lo digo por tantas y tan pocas cosas nuevas, por tantos engaños, por tan pocas verdades. Pero, sobre todo, por tan y tan poco respeto.
Un piloto depresivo estrella un avión con un montón de pasajeros inocentes.
Un niño se fabrica una ballesta automática y decide poner muerte donde existe una natural diferencia de criterios.
Hay mujeres que se encapuchan, se ponen al servicio de unos terroristas religiosos, y se dedican a asesinar a diestro y siniestro.
Suiza se ha convertido el lugar de vacaciones ideal para los políticos y empresarios españoles.
Nos han expoliado, engañado, vejado y minusvalorado hasta convertirnos en unas piltrafas de la libertad. Para hacernos entender que la democracia es esto: el desolado paisaje de un país que sigue guardando sus tesoros morales entre la bragueta y el bolsillo de atrás.
En la televisión venden pastillas milagrosas para adelgazar, para reír, para llorar. Para hacer el amor con la entrega precisa y el orgasmo rutilante de un actor porno insaciable.
Por ir al teatro se paga el 21 por ciento de IVA, por ir al fútbol un 4 por ciento. Y ahora, que han tenido una eternidad de gobiernos inútiles, nos lanzan promesas, como dagas inciertas, en mitad del universo del raciocinio. Estamos en época electoral y los políticos nos quieren volver diabéticos con tanto azúcar disparatado, con tanto levantar el alquitrán de todas las calles.
Pues sí, Mariagnusdei, vivimos tiempos raros.