Para ti, que no lo sabes, aunque intento dejarte pócimas de vida.

Al final somos lo que somos, por más que intentemos evitar al diablo o engañar a nuestra vecina del quinto.
Somos tan mortales como hipócritas, tan libres como placenteros, tan austeramente emocionales como verborreicamente perfectos.
Estamos hechos a Su Imagen y Semejanza.
(Ahora que nadie pida explicaciones ni patrones genéticos de identidad).
Los libros están llenos de personajes y los personajes son, en la mayoría de los casos, jirones de heridas abiertas que se escapan por la húmeda soledad del silencio humano.
Vivimos lo que amamos, lo que sentimos, lo que nos duele.
El escozor en la ingle y la memoria,
la punzada entre el olvido y el hígado,
ese vahído de enquistada soledad en los suspiros que nadie comparte.
Pero también somos esa luz que se escapa sin brújula,
la palabra imperfecta en los labios amantes,
el ojo que reconoce e inventa.
El aroma del jazmín sobre el semen ondulante de la memoria cierta.
Hemos nacido para vivirnos con las puertas abiertas 
y somos lo que somos, más allá de los gurús, los sacerdotes y las pitonisas,
somos una libertad que se expande siempre hacia el fondo de la raíces inmensas de la luz infinita.