Hoy no me viene bien morirme.
Si acaso mañana, o mejor, el mes que viene.
A ver si cae en un día festivo, un domingo cualquiera, una virgen de barrio, una peineta blanca sobre lunares de lentejuelas.
Y que nos caiga un aguacero, como a César Vallejo en Paris,
y lucir la ventana abierta, como Federico,
y las abarcas vacías, Miguel, tan pletóricamente llenas.
Quiero morirme como los poetas que se mueren de pura vida,
de pura luz en la mirada.
Quiero morirme con la conciencia llena de pájaros enamorados,
para que no se diga que me he ido sin despedirme del caos fecundo del universo,
para que no se diga que me he muerto, muerta en la vida.