Su destino era de pluma, de eternidad etérea y enamorada.
De grácil transparencia lírica.
Por eso cuando me pidió abrir la puerta, con la mirada puesta en el infinito, las alas recién planchadas para el viaje de las estrellas, le dije que no se olvidara la sonrisa ni la maleta de caricias azules y que esa puerta quedaba abierta para siempre porque la llave la había tirado al pozo de la esperanza.
Su destino era la luz,
mientras yo sigo buscando, todavía, mi tímida lámpara.