Bienvenidos al hogar de mi alma

Mes: abril 2015

Son estos días


Junto a las primeras margaritas hoy me han crecido unos extraños días.
Días sin origen ni memoria.
Días degenerados y sin rumbo.
Quizá vengan de una costilla dislocada,
de una contractura enmohecida,
de un infarto desmemoriado y persistente.
Son días como ladillas que persisten al jabón y la penicilina.
Días enquistados en el desasosiego.
Días infinitos como la resaca de un muerto
que sigue alcoholizado de luz en la eternidad del olvido.
Son estos días de lluvia en la sequía,
barlovento en las pestañas,
frigidez estática entre el orgasmo del mundo.
Son estos días de menopausia cíclica en los arrabales de la primavera.
Son estos días sin voz, casi sin aliento.
Lo demás no importa.
Sólo la sed nos salvará del aullido eterno de los pozos.

Vivimos tiempos raros

Pues sí, Mariagnusdei, vivimos tiempos raros, y no lo digo porque haya terminado la Semana Santa con sus procesiones, sus cirios enmohecidos, sus santos inmaculados y, sobre todo, su sanguinario calvario de cilicios en la conciencia y vómitos repentinos en el mismo primer instante del pecado original. Lo digo por tantas y tan pocas cosas nuevas, por tantos engaños, por tan pocas verdades. Pero, sobre todo, por tan y tan poco respeto.
Un piloto depresivo estrella un avión con un montón de pasajeros inocentes.
Un niño se fabrica una ballesta automática y decide poner muerte donde existe una natural diferencia de criterios.
Hay mujeres que se encapuchan, se ponen al servicio de unos terroristas religiosos, y se dedican a asesinar a diestro y siniestro.
Suiza se ha convertido el lugar de vacaciones ideal para los políticos y empresarios españoles.
Nos han expoliado, engañado, vejado y minusvalorado hasta convertirnos en unas piltrafas de la libertad. Para hacernos entender que la democracia es esto: el desolado paisaje de un país que sigue guardando sus tesoros morales entre la bragueta y el bolsillo de atrás.
En la televisión venden pastillas milagrosas para adelgazar, para reír, para llorar. Para hacer el amor con la entrega precisa y el orgasmo rutilante de un actor porno insaciable.
Por ir al teatro se paga el 21 por ciento de IVA, por ir al fútbol un 4 por ciento. Y ahora, que han tenido una eternidad de gobiernos inútiles, nos lanzan promesas, como dagas inciertas, en mitad del universo del raciocinio. Estamos en época electoral y los políticos nos quieren volver diabéticos con tanto azúcar disparatado, con tanto levantar el alquitrán de todas las calles.
Pues sí, Mariagnusdei, vivimos tiempos raros.

Siempre hay algo que aprender


Siempre tenemos algo que aprender, Mariflus. Yo ayer, por ejemplo, aprendí que mis canas me daban un toque de distinción y ternura. Como si un polvo de luna se hubiera derramado sobre la raíz efervescente de mi cabello, hace años azabache.
De repente dejaron de ser el símbolo de la decrepitud humana para convertirse en el renacimiento de las fuerzas vivas de la experiencia.
Un niño me llamó «señora» y por fin encontré mi sitio. Había dejado de ser «la hija de», «la hermana de», «la amiga de», «la mujer de», «la mamá de», para ser, soberanamente, «señora».
La edad no importa. A mi padre le salieron las canas antes que los dientes. Lo mismo que a su madre, sólo que ella lo compensaba con ese luto permanente en los vestidos y en la mirada.
Eran otros tiempos, Mariflus. No existía la sonrisa. Todavía no la habían inventado.
En cambio ahora es distinto.
Me siento agredida por los políticos, violada por los falsos profetas de la moral, mancillada por los discretos poetastros que riman soñar con cagar con tal impunidad que les queda tan bello como para ganar los juegos florales como si fueran churros de literarias confiterías mercantiles.
Pero me siento feliz.
He tocado fondo.
Apenas tengo un euro para comprar el pan. Lo suficiente para llenar el estómago con un minúsculo gramo de harina y esperanza.
Todavía tengo mucho que aprender.
Dejad vuestras morales impertinencias, patrióticos emblemas y refloridos sonetos en el descansillo de la escalera. En mi casa viajamos desnudos y yo, ya, con canas.
Todo lo demás es accesorio.