Venían en un tren.
Yo me subí en marcha, no tenía prisa pero sí la celeridad antigua de santiguarme en domingo.
Amaneció violeta por todo el poniente de las faldas y el calendario se vistió de fiesta.
Era el momento de tocarnos la espalda sobre la añeja vértebra de la esperanza.
Me gusta tu sombrero, le dije.
A mí el eco crepuscular de tu mirada.
Venían en un tren.
Yo me bajé en marcha.
Desde lejos las veo agitar sus pañuelos por las ventanillas de la añoranza.
Yo me he quedado de cronista, aleteando, sobre los raíles de la luz
esperando que su palabra llegue más allá de la atónita mirada de los políticos sin madre.