Vivimos rodeados de montañas, de arte y de letras.
El sábado pasado ascendí hasta unas de sus cimas. No importa el nombre, todas me son propicias, cercanas y amigas. Camara, Bateg, el Cid, Bolón… todas me abrieron sus sendas como gladiolos encendidos en sus múltiples aromas.
Pero además de mancharme con su pasión desbocada de romeros y huellas, también me regaló palabras, versos, suspiros alados, voluntades precisas y líricas miradas desde la última cúspide del amor más temprano.
Y es que Cuentamontes volvió a encender su incandescente linterna de lealtad infinita, su íntima pasión por la montaña y las letras, por la galanura literaria de la madre naturaleza.
Cuentos entroncados entre raíces aladas, poemas que se elevan hasta cúspides miméticas, fotografías que encuentran el instante preciso y manos que luchan, al compás de la vida, rescatando del lodo la primera semilla de la primavera.
Benditas montañas que abrigan el sinuoso tránsito de la vida del valle, donde el hombre se sienta a esperar su destino con el paso cansado de la historia silente.
Benditas montañas. Bendito arte que nos recuerda, cada día, la fugacidad inmortal de nuestra mirada colmada de esperanzas imberbes.
Vivimos rodeados de montañas, de arte y de letras. Gracias Cuentamontes.