Bienvenidos al hogar de mi alma

Mes: febrero 2013

Raúl Campoy Guillén

A TI EN PLURAL

Quiero espantar los pájaros
de tu pelo nocturno,
después bajar las manos como dos avalanchas,
dos trampas,bajo tu cuello de valles calientes.
Quiero secar el acuífero de tu boca
y jugar con el pez rojo que nada en él.
Quiero este cielo, este cuerpo
de transparencias,
esta indecisión con las formas,
este hablar sin hablarte,
de prolongarme en tus venas calladas.
Quiero lamer todas tus ramas.
Quiero tus labios, su bosque de espumas.
Despeñarme en tus roquedos.
Acercarme a tu vientre y ver
su almacén de soles.
Dormir en los prados de tus senos, frondosos
como nubes de yerba.
Acariciar los manantiales de tus manos
y beber tus dedos
y caer con toda la gravedad de una piedra
en tus piernas de roble humedecido.
Quiero recoger hoja por hoja
todos tus movimientos,
como si desfilaras denuda en otoño
y yo no te viera.
Quiero alzar las manos
y que me envuelvan tus estrellas,
quiero un otoño de estrellas
quiero llegar a tu cima
y dejar que las arrugas del viento
hagan temblar mi nombre.
Quiero alzar las manos
como el primer amanecer alzó los ojos,
quiero cerrar los ojos
cuando tú los cierres.
Hasta la última gota de sol
mis pasos y sus pies recorrerán
todas tus veredas;
porque tienes mucho silencio
que ofrecerme, porque tengo el oído cansado,
porque las ciudades son ruidosas,
como las palabras, sierra mía,
como las palabras.

Primer Premio de Poesía Internacional Sacra Leal-Cuentamontes

Leticia Leal

 

INVIERNO
Advierto el suave retornar de la oca, entre senda y camino, donde la sierpe interrumpe su sibilante  ulular bajo el primer susurro de la incipiente albura, y las inhiestas coronas de majestuosos cérvidos se preparan para desterrar a las ninfas de aquellas noches tórridas de julio.

Prevengo al buey y al carnero del prístino y afilado retornar del brusco hachazo del frío guerrero, e invoco a la araña que teje los profundos sueños, para que meza entre costura y costura, el dulce dormitar del oso, del erizo, del sombrío murciélago, y cientos de plumas acarician el horizonte, como ínfimos suicidios angelicales retrocediendo a aquella tierra donde ha vuelto la luz y ya no vence la muerte.

Pero callad… ¿No lo escucháis?

Ya viene, el bosque gime por las laderas, la madera cruje en el hogar, los espectros comienzan su inmutable letanía, los cristales son apurados por miles de glaciales lenguas, los niños callan y las ancianas retoman polvorientas fábulas de púberes adolescentes y lascivos militares, allá en cualquier guerra.

Shhh…

Ya se oye el llanto de la lechuza, de la leche maternal derramándose sobre el rocío del verde pasto, ya se escucha el palpitar de la semilla dentro del útero silencioso del campo, el éxtasis sobre un colchón mojado, tu voz, peregrino, entre la marabunta de maleza y maullidos de gatos.

Dispongo de la hojarasca y del fuego, de un manto con aroma a manzana y a salvia, de un caldero  susurrando los secretos de la montaña sobre moribunda leña y de mi humilde palpitar, oh caminante,

¡Que en mi refugio sólo se admiten cálidos abrazos!

Premio local Cuentamontes 2012

Ya no hay freno

No podemos ponerle freno al avance de la luz, ni al discurrir del viento, ni a la raíz que busca enarbolarse entre la roca diseminada de la historia.
No podemos enclaustrar el tiempo, detener el trepitar del calendario, ni parar el cascarón de la memoria que se renueva cada segundo. No podemos detener el mar… ni la marea ciudadana.
Allá donde miremos, un horizonte de clamorosas manos van tejiendo la lírica alfombra del mañana, el paisaje inmaculado de la esperanza, la silueta perpetua del astro sol que, invariablemente, seguirá iluminando las ventanas salpicadas de lluvia enamorada.
Porque estamos vivos y somos hijos, y somos padres, y apenas acabamos de nacer a la sed del mundo, y yacemos, ancianos, sobre el contoneo persistente de la vida que no ceja en su empeño de empujarnos al camino, senda arriba, riachuelo abajo, silbando la antigua canción de nuestros ancestros.
No, no podemos detener la marea, ni la voz. No podemos enclaustrar el vuelo, ni detener el latido, ni acallar el volteo en la garganta con el silencio crepuscular del olvido, con el filo desvencijado de la inminente guadaña de la ignorancia.
Porque como diría el grande entre los grandes, Miguel Hernández:

“Aquí estoy para vivir
mientras el alma me suene,
y aquí estoy para morir,
cuando la hora me llegue,
en los veneros del pueblo
desde ahora y desde siempre.
Varios tragos es la vida
y un solo trago es la muerte.”

El viento, la vida, la eternidad

No podemos negar que el gran protagonista de esta invierno es el viento. Ese que ha hecho volar tejados, melenas y memorias, que nos ha despeinado la conciencia y ha enredado farolas y palmeras en un baile singular de paisajes encontrados.
Es ese viento que viene, de vez en cuando, a arremolinarnos la esperanza y a traer latidos nuevos donde se había instalado el puro conformismo del complaciente diario. El viento arrebatador y profano, el que golpea ventanas para despertarnos del íntimo sueño de las verdades a medias, el que nos azota inclemente, más allá del terco hermetismo de una historia que yace en las páginas mugrientas de los infelices periódicos.
Más allá de los Apocalipsis inventados, de los Armagedones televisivos o de los Holocaustos persistentes, la propia esencia vital de la naturaleza viene a darnos un toque de atención, una palmadita en la conciencia, una palabra hecha aire para recordarnos la única obligación de todo ser humano: ser feliz.
Así que dejemos que venga, que nos envuelva como a niños recién nacidos y dispongámonos a vivir hoy lo que nunca antes habíamos aprendido, que cada día es nuevo, y cada segundo el principio y fin de una eternidad.

El tiempo infame

 

El tiempo, deshilachando silencios,
húmedas latitudes de contrariados olvidos,
soledad que se desvanece al contacto del azul.
El tiempo, cabalgando calendarios,
siglos detenidos,
uniformes roídos por la ausencia del latido.
Y la muerte ahí, espiando la culpa,
desgranando la ausencia
donde por fin te detienes
con las alas desplegadas sobre el llanto.