Hay un lazo rojo que ondea en la fachada frágil de nuestra memoria, símbolo de una enfermedad enconada que no acaba de encontrar su adiós definitivo. ¿Cuántas víctimas más caerán en sus garras inclementes?
¿Cuántos niños nacerán más bajo el sello de su desolado destino?
Si la sangre es símbolo de vida, si es el maná que alimenta el motor de nuestro aliento, si es el vínculo secreto que nos enraíza a la luz, entonces ¿por qué despreciar al que posa sus ojos en colinas diferentes?
Parece que el ser humano avanza pero en algunos aspectos nos hemos quedado varados en la playa de la indiferencia.
¿Por qué se siguen fabricando armas de última generación para aniquilar a los hermanos?
¿Por qué se emplean enormes capitales en subvencionar grandes proyectos solo para el disfrute de unos pocos?
¿Por qué se rescatan a bancos gestionados por delincuentes de guante blanco y no se da ni un céntimo para la investigación de enfermedades que nos afectan a todos?
¿Por qué siguen existiendo seres humanos de primera, segunda y tercera clase?
Hay un lazo rojo que sigue ondeando en la fachada frágil de nuestra memoria, en él quedan prendidos los ojos y las manos de todos los que padecieron Sida, de todos los que lo sufren cada día, de todos los que, ante tanta indiferencia, ante tanta imposición moral, seguirán sufriendo una enfermedad que arrasa corazones y conciencias a partes iguales.
Mirémonos hacia adentro, todas las sangres son iguales y el amor es libre como el viento. Lo demás son excusas, oscuras falacias con las que los poderosos pretenden mancillar la luminosa claridad de la esperanza. Ama y déjate amar y la vida, entonces, empezará a salir de su profundo pozo de tristeza.